El leproso no levantó el oro del polvo;
"Mejor es para mí el mendrugo de un pobre,
mejor su bendición,
aunque abandone su puerta con las manos vacías.
No es verdadera limosna la que cabe en la mano;
quien da por un sentido del deber
da solamente oro sin valor;
mas quien da de su escasa ración,
y da a quien no está al alcance de su vista
-ese hilo de Belleza que todo lo sustenta,
que todo lo penetra y a todo une-
la mano no puede alcanzar toda su limosna,
el corazón extiende sus ansiosas palmas,
pues un dios la acompaña y la hace proveer
al alma que desfallecía en las tinieblas".*
A su regreso, Sir Launfal halla a otro en posesión de su castillo, y es expulsado de su puerta.
Viejo, doblegado, cansado y frágil
regresó de buscar el Santo Grial;
poco caso hizo de la pérdida de su condado;
la cruz ya no adornaba su capa,
mas en lo profundo de su corazón llevaba el signo,
la divisa del sufriente y del pobre.
Nuevamente encuentra al leproso, quien le vuelve a pedir limosna.
Esta vez el caballero responde de forma diferente.
Y Sir Launfal dijo; "Veo en ti
una imagen del Aquel que murió en el madero:
tú también has tenido tu corona de espinas,
has sufrido los golpes y escarnios del mundo,
y a tu vida no fueron negadas
las heridas en manos, pies y costado.
¡Dulce Hijo de María, reconóceme;
mira, a través de él te doy a Ti!"
Una mirada a los ojos del leproso le trae recuerdos y reconocimiento, y...
Su corazón era cenizas y polvo;
partió en dos su único mendrugo,
rompió el hielo en la orilla del arroyuelo,
y le dio al leproso de comer y beber.
Y tiene lugar una transformación:
El leproso ya no estaba acurrucado a su lado,
sino frente a él, glorificado.
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Y la voz que era más queda que el silencio dijo:
"Mira, soy Yo, no temas!
En muchas tierras has agotado
tu vida en vano, buscando el Santo Grial.
¡Ve, está aquí! Esta copa que has llenado
en el arroyuelo para mí;
este mendrugo, es mi cuerpo partido para ti;
esta agua, la sangre que derramé en el madero;
la Santa Cena se realiza, ciertamente,
en lo que compartimos con la necesidad de otro;
no en lo que damos, sino en lo que compartimos;
porque la dádiva sin el dador es estéril;
quien se da con su limosna alimenta a tres:
a sí mismo, a su vecino hambriento y a Mí".
James Russell Lowell
fragmento extraido del Concepto Rosacruz del Cosmos o Cristianismo Místico
de Max Heindel
